miércoles, 7 de septiembre de 2016

Joy


Es casi premeditado el que en algún momento del día vaya a pensar sobre lo que he hecho con mi vida hasta la fecha. He escuchado de los mejores pensadores y sabios, a mi interpretación, que lo único que nos llevamos una vez culminada nuestra jornada en esta tierra son nuestras acciones en ella realizadas. Es trillado decir que ninguno de los bienes materiales que poseímos en vida nos los vamos a llevar a la tumba. Pero como todas las frases usadas excesivamente, la atención que le prestamos se ve eclipsada por la costumbre de oírla. Al oír tanto una frase dejamos de prestarle atención al sentido que lleva esta y solo la  dejamos pasar. Es casi como un piloto automático que consiste en descartar la idea. Las palabras entran en un oído, y salen instantáneamente por el otro. Como cuando mi profesor de catecismo me repetía todos los sábados en la mañana, al terminar su clase que “hay que hacer bien y no mirar a quien”. Pensé en esa frase las primeras dos veces que la escuché, luego no fue mas que una manera molesta que tenía este señor de despedirse. Ahora cuando la escucho no pienso en ser bueno con el prójimo, si no en lo irritado que me sentía cada vez que la repetía. Pero a pesar de lo mucho que he escuchado esto sobre los bienes materiales, y lo que pasara con ellos luego de morir, no pierde sentido para mí. Al contrario en los últimos días cobra mas sentido, puesto que en menos de 3 meses he despertado con más de cuatro noticias de muertes cercanas. No de amigos, o familiares. Pero si de personas que llegué a ver bastante, e incluso compartir con ellas. Cercanas a mis cercanos. Mi mente está acostumbrada a pensar demasiado las cosas, por lo que era obvio iba a comenzar a pensar sobre mi muerte.

Si llegase a morir el día de mañana, ¿Hice algo con mi vida?

La primera conclusión a la que llegué fue que no. Me faltan tantos lugares en mi lista por  visitar, libros que leer, música que escuchar, licores por beber y personas por conocer. En fin, me falta mucho por vivir. Pero luego de pensarlo un poco más entendí que no dejas de vivir sino hasta el momento en que mueres. Sé como suena eso. Redundante. Pero a lo que me refiero es que mientras esté vivo, siempre conseguiré un lugar nuevo para apuntar a mi lista, las editoriales no dejarán de publicar, los músicos no dejarán de sacar álbumes, los licores no dejarán de destilarse, y  la gente no dejará de procrear. Lo que realmente importa no es lo que hiciste, sino como lo hiciste. Disfrutar cada minuto de vida es igual a vivir. Vivir realmente. Esto me podría llevar a un sinfín de frases trilladas, como: “vive cada día como si fuera el último”, “hay que disfrutar las cosas pequeñas”, “solo falta tiempo para quien no sabe aprovecharlo”, o cualquier otra de estas frases realmente molestas. Frases que por cierto, consigues fácilmente escribiendo en tu buscador Google: “Frases motivacionales”. En realidad hay millones de personas que usan Google para buscar esto. Y no obstante “Cerca de 5.020 resutados” para ellos. Patético. Yo fui uno de ellos, lo que lo hace más patético aun. Pero lo que es peor, es que este grupo de frases no se equivocan. Contienen verdad. Una verdad incomoda. Entonces entendí la pregunta que en realidad debía hacerme.

 ¿Disfruté cada cosa que hice con mi vida?

Una vez mas, mi conclusión inicial fue que no. Pero esta vez si estaba en lo cierto. No he disfrutado cada cosa que he hecho con mi vida hasta ahora. Hablo, pero no converso. Oigo, pero no escucho. Miro, pero no observo. Pruebo, pero no saboreo. Siempre pensé lo contrario a esto, porque, tiendo a pensar muy bien las cosas que diré. Presto mucha atención a lo que me dicen. Me percato detenidamente en cada sonido. Detallo cada cosa, o persona que pasa frente a mí. Y siempre intento degustar bien mi comida. Pero la verdad es que eso no es suficiente. Eso no es disfrutar. Estoy haciendo, pero no estoy disfrutando lo que estoy haciendo. Estoy muy ocupado quejándome o buscándole defectos a todo. Tratando de ganar mí critica. O en el peor de los casos empatando.

Afortunadamente me di cuenta de esto en mi juventud y no en mi vejez. Soy mayor de lo que creen muchas personas a simple vista, y menor de lo que piensan otras al conversar conmigo. No tan alto. No tan flaco. No tan serio. No tan pedante. Pero sin embargo, estos son los adjetivos preferidos de los que suelen describirme. Los que si me conocen, suelen buscarme porque soy uno de esos insectos que le prestan fidelidad a la verdad, y buscan siempre hablar con ella. Saben que pidiéndome una opinión encontrarán una transparente. Aun cuando esta no sea la mas dulce de escuchar. Se me podría llamar sincero. La otra forma con la que mis conocidos cercanos podrían describirme, tiene que ser hablando de mi terquedad. Diré que soy terco. Diré que soy muy terco para dar credibilidad a mi sinceridad antes mencionada. Como ya había dicho, “si no la gano, la empato”. O al menos así era. Esta ultima auto-descripción, después de veinte años está comenzando a cambiar. Tal vez por lo que he leído, o tal vez porque ya me da flojera comenzar discusiones sin final para intentar probar un punto del que ni yo estoy realmente seguro, por más que así suene. Ya no lo hago.

Flaquear mi terquedad es el primer paso que debo dar, o al menos, terminar de dar, para empezar a vivir cada día de mi vida como si fuera el ultimo. Para empezar a disfrutar de las cosas pequeñas. Para saber aprovechar mi tiempo, y así no me tenga que hacer falta. Para empezar a disfrutar cada cosa que haga con mi vida. 


Para vivir.