Es casi premeditado el que en algún
momento del día vaya a pensar sobre lo que he hecho con mi vida hasta la fecha.
He escuchado de los mejores pensadores y sabios, a mi interpretación, que lo
único que nos llevamos una vez culminada nuestra jornada en esta tierra son
nuestras acciones en ella realizadas. Es trillado decir que ninguno de los
bienes materiales que poseímos en vida nos los vamos a llevar a la tumba. Pero
como todas las frases usadas excesivamente, la atención que le prestamos se ve
eclipsada por la costumbre de oírla. Al oír tanto una frase dejamos de
prestarle atención al sentido que lleva esta y solo la dejamos pasar. Es
casi como un piloto automático que consiste en descartar la idea. Las palabras
entran en un oído, y salen instantáneamente por el otro. Como cuando mi
profesor de catecismo me repetía todos los sábados en la mañana, al terminar su
clase que “hay que hacer bien y no mirar a quien”. Pensé en esa frase las
primeras dos veces que la escuché, luego no fue mas que una manera molesta que
tenía este señor de despedirse. Ahora cuando la escucho no pienso en ser bueno
con el prójimo, si no en lo irritado que me sentía cada vez que la repetía.
Pero a pesar de lo mucho que he escuchado esto sobre los bienes materiales, y
lo que pasara con ellos luego de morir, no pierde sentido para mí. Al contrario
en los últimos días cobra mas sentido, puesto que en menos de 3 meses he
despertado con más de cuatro noticias de muertes cercanas. No de amigos, o
familiares. Pero si de personas que llegué a ver bastante, e incluso compartir
con ellas. Cercanas a mis cercanos. Mi mente está acostumbrada a pensar
demasiado las cosas, por lo que era obvio iba a comenzar a pensar sobre mi
muerte.
Si llegase a morir el día de mañana, ¿Hice
algo con mi vida?
La primera conclusión a la que llegué fue
que no. Me faltan tantos lugares en mi lista por visitar, libros que
leer, música que escuchar, licores por beber y personas por conocer. En fin, me
falta mucho por vivir. Pero luego de pensarlo un poco más entendí que no dejas
de vivir sino hasta el momento en que mueres. Sé como suena eso. Redundante.
Pero a lo que me refiero es que mientras esté vivo, siempre conseguiré un lugar
nuevo para apuntar a mi lista, las editoriales no dejarán de publicar, los
músicos no dejarán de sacar álbumes, los licores no dejarán de destilarse, y
la gente no dejará de procrear. Lo que realmente importa no es lo que
hiciste, sino como lo hiciste. Disfrutar cada minuto de vida es igual a vivir.
Vivir realmente. Esto me podría llevar a un sinfín de frases trilladas, como:
“vive cada día como si fuera el último”, “hay que disfrutar las cosas
pequeñas”, “solo falta tiempo para quien no sabe aprovecharlo”, o cualquier
otra de estas frases realmente molestas. Frases que por cierto, consigues
fácilmente escribiendo en tu buscador Google: “Frases motivacionales”. En
realidad hay millones de personas que usan Google para buscar esto. Y no
obstante “Cerca de 5.020 resutados” para ellos. Patético. Yo fui uno de ellos,
lo que lo hace más patético aun. Pero lo que es peor, es que este grupo de
frases no se equivocan. Contienen verdad. Una verdad incomoda. Entonces entendí
la pregunta que en realidad debía hacerme.
¿Disfruté cada cosa que hice con mi
vida?
Una vez mas, mi conclusión inicial fue que
no. Pero esta vez si estaba en lo cierto. No he disfrutado cada cosa que he
hecho con mi vida hasta ahora. Hablo, pero no converso. Oigo, pero no escucho.
Miro, pero no observo. Pruebo, pero no saboreo. Siempre pensé lo contrario a
esto, porque, tiendo a pensar muy bien las cosas que diré. Presto mucha
atención a lo que me dicen. Me percato detenidamente en cada sonido. Detallo
cada cosa, o persona que pasa frente a mí. Y siempre intento degustar bien mi
comida. Pero la verdad es que eso no es suficiente. Eso no es disfrutar. Estoy
haciendo, pero no estoy disfrutando lo que estoy haciendo. Estoy muy ocupado
quejándome o buscándole defectos a todo. Tratando de ganar mí critica. O en el
peor de los casos empatando.
Afortunadamente me di cuenta de esto en mi
juventud y no en mi vejez. Soy mayor de lo que creen muchas personas a simple
vista, y menor de lo que piensan otras al conversar conmigo. No tan alto. No
tan flaco. No tan serio. No tan pedante. Pero sin embargo, estos son los
adjetivos preferidos de los que suelen describirme. Los que si me conocen,
suelen buscarme porque soy uno de esos insectos que le prestan fidelidad a la
verdad, y buscan siempre hablar con ella. Saben que pidiéndome una opinión
encontrarán una transparente. Aun cuando esta no sea la mas dulce de escuchar.
Se me podría llamar sincero. La otra forma con la que mis conocidos cercanos
podrían describirme, tiene que ser hablando de mi terquedad. Diré que soy
terco. Diré que soy muy terco para dar credibilidad a mi sinceridad antes
mencionada. Como ya había dicho, “si no la gano, la empato”. O al menos así
era. Esta ultima auto-descripción, después de veinte años está comenzando a
cambiar. Tal vez por lo que he leído, o tal vez porque ya me da flojera
comenzar discusiones sin final para intentar probar un punto del que ni yo
estoy realmente seguro, por más que así suene. Ya no lo hago.
Flaquear mi terquedad es el primer paso
que debo dar, o al menos, terminar de dar, para empezar a vivir cada día de mi
vida como si fuera el ultimo. Para empezar a disfrutar de las cosas pequeñas.
Para saber aprovechar mi tiempo, y así no me tenga que hacer falta. Para
empezar a disfrutar cada cosa que haga con mi vida.
Para vivir.